miércoles, 21 de abril de 2010

Rafael vs. su caricatura Si yo fuese

Rafael vs. su caricatura

Si yo fuese Rafael Correa tendría un único propósito para cumplir en el 2010. No tiene nada que ver con dietas milagrosas (aunque, sinceramente, no le vendrían mal) ni con la obtención de goces terrenales (del todo incompatibles con su frugal ética revolucionaria), es algo muchísimo más sencillo y viable: dejar de parecerse a las caricaturas que de él hace Luján. A ver, me explico…
Luján, caricaturista mordaz e implacable, ha puesto todo su arte en transfigurar al Presidente, logrando que su exageración –que es la esencia de toda caricatura– se convierta en profecía. Si no me creen, revisen el blog que Luján mantiene en la version digital de este Diario.
Y si no fuese porque prefiero creer en lo tangible y lo comprobable, estaría convencida de que se trata de un maleficio en el cual el hechizado se va convirtiendo, en la vida real, en una versión grotesca de sí mismo que alguien ha dibujado con anterioridad.
Es espeluznante comprobar, semana tras semana, cómo la persona, a quien muchos con cariño llaman Rafael, se va pareciendo más y más a esa criatura caricaturesca de ceño profundo e irremediable, a fuerza de pasar fruncido, en señal de enojo (al parecer, profundo e irremediable).
Coincidirán conmigo en que Rafael ha sabido interpretar a la perfección el rictus bélico de la mirada y la boca dibujadas por la mano de Luján. Y, claro, infunde miedo, igual que su caricatura, que a veces también provoca risa… Aunque, a mí, Rafael me da pena porque debe ser horrible presenciar frente al espejo (o las cámaras) cómo la amargura nos ha arañado la cara hasta desfigurarla.
El problema es que Rafael no puede meter preso a Luján, como en son de broma le sugirió alguien a un conocido mío, por retratarle de manera tan espantosa: la descomunal cabeza en forma de pera, los pómulos salientes como amenazadoras puntas de lanza, los cuatro pelos que limitan con la frente, la lacerante lengua biperina… Porque es el mismo Rafel quien ha elegido parecerse a su caricatura.
Como escribió Rosa Montero, allá por 1983, "(…) al nacer todos recibimos un cuerpo agraciado o desgraciado por azar, y que es después, al ir viviendo, cuando vamos conformando no solo nuestro destino, sino también nuestra apariencia física. Que todos nos tallamos el rostro, día a día, hasta convertirlo en algo propio, fruto de mi decision de ser quien soy".
Entonces, debe ser difícil para quienes conocen a Rafael –he escuchado recientemente a más de uno referirse con simpatía genuina al hablar del Presidente– encontrarse con su caricatura en el periódico, en las cadenas sabatinas, colocando otra primera piedra (que seguramente será la última), en algún acto social, en la calle… Corrijo, más que difícil debe ser aterrador descubrir que la caricatura, además, habla, se mueve, respira.

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